Esta semana en la bahía de Quintero-Puchuncaví vivimos 3 declaraciones de emergencia ambiental por altas concentraciones de contaminación. Dos de ellas por COV’s (compuestos orgánicos volátiles) y una por SO2 (Dióxido de Azufre). Además de lo grave de liberar a la atmosfera estos contaminantes, que por si mismo es malo, hay una situación que lo empeora muchísimo: niños, niñas y adolescentes en las escuelas expuestos a aquella contaminación. Aquello se traduce en atenciones de urgencia en los centros de salud pues, evidentemente, estar expuesto a esos elementos puede generar una variedad de molestias y síntomas asociados a intoxicaciones. Aproximadamente hubo 73 atenciones de este tipo esta semana.
Con todo mi pesar debo decir que lamentablemente esta es una situación común pero que aún así no debemos normalizar. Y por ello debemos hacernos las siguientes preguntas: ¿Quién es el responsable? ¿Quién va a perseguir al responsable? ¿Cómo va a pagar el responsable? Son preguntas que tal vez están agotadas, porque cada vez que ocurren eventos como este no obtenemos respuestas. Esa es la cruda verdad. El aparato público con la competencia en esta materia tiene una incapacidad histórica tremenda para ofrecernos una solución, pues, su persecución la mayoría de las veces es en vano, a menos que se trate de un evento masivo en términos sanitarios y mediáticos, como el reciente fallo en contra de los ejecutivos de ENAP por el caso del crudo iraní o el evento de CODELCO del año 2011, pero si son de menor envergadura, no suelen aparecer responsables ni explicaciones a la sociedad. Es por ello que es necesario pensar en lo siguiente: dotar de mejores mecanismos tecnológicos y humanos para una fiscalización intensiva; y la opción del cierre o reubicación de empresas como una alternativa plausible. Un ejemplo de lo anterior es el cierre de la fundición Ventanas, que contribuía en gran parte a las emisiones de SO2 y de arsénico en la zona, y en teoría veremos gradualmente una mejora debido a que tendremos una fuente emisora menos.
Sin perjuicio de la incertidumbre sobre las responsabilidades, nosotros sabemos muy bien quienes son los que contaminan. El parque industrial en la bahía y sus actividades son el origen de todo. La gran concentración de empresas hace difícil la persecución, y ninguna asume la responsabilidad y ni sale a dar la cara. El silencio es su regla, se caracterizan por hacer la vista gorda, y tampoco se aparecen para colaborar en la contención de cualquier emergencia o bajar la intensidad de sus faenas, ya que aquello lo hacen solo cuando se firma una Resolución de la Delegación Presidencial que así lo ordena.
En este momento yo me pregunto si la semana que viene tendremos nuevos eventos. Me pregunto si serán más graves, me pregunto si en esta ruleta rusa que vivimos a diario a alguien le tocará una peor suerte. Pero vivir con esa ansiedad ambiental no es bueno ni sano, ni lo merecemos. ¿Hasta cuándo tenemos que seguir aguantando?
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